Nada se puede hacer contra ese golpe seco en la entraña
es el temor al universo desolado, es el miedo diario al que dirán, es
apenas, una sombra que tatúa la memoria.
No vivo en la selva, ni mis palabras son quetzales que moran
en los ojos de un lagarto, mucho menos respiro el aire transparente
que la lluvia de bugambilias traería hasta mi cuarto;
soy más bien una cosa extraña, un pronombre que ha visto los días caer
como aguacero repentino, alguien que huye del dolor como si así lograra algo, por eso
perdí hoy la cabeza, me declaré enfermo, quise ingresar al Batán, y curar el día
revolcándome en la cama. Que estoy enfermo, hecho de huesos y de carne, de sangre
y de células que vibran al mirarte. Todo yo, todo este yo, es una anfetamina, una descarga
de tóxicos, un espumarajo de odio.
Sentí el piquetazo de rabia, anonadado, proferí todo eso que no quise.
Oh cuerpo, quien me librará de ese cuerpo esclavo, de ese otro que siempre aparece
cuando no quiero que lo sea.
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